Quiero que los que no tuvieron la oportunidad de leer el artículo de nuestro consejero del Cabildo de Gran Canaria, Augusto Hidalgo, publicado en el Canarias7 en el día de ayer, puedan hacerlo ahora.
Por Augusto Hidalgo Macario
El pasado lunes, 4 de julio, al pasar por delante del Parque de San Telmo, de Las Palmas de Gran Canaria, mostré mi extrañeza por la ausencia de algo que empezaba a ser parte del escenario urbano en las últimas semanas. La acampada del 15M había desaparecido y, en su lugar se producía un peculiar ajetreo producido por los operarios de limpieza municipales, escoltados por una discreta presencia policial. Tras los aspersores de las zonas ajardinadas no se observaba ya ni rastro de los acampados que tantos ríos de tinta habían generado.
Lo cierto es que durante la madrugada de ese mismo lunes, los restos del campamento fueron desalojados del parque, por parte de la policía, para dar paso a los servicios de limpieza y a una presencia policial que impedía su restauración en el lugar mencionado. Algo parecido ha ocurrido en casi todos los lugares públicos del país donde los “indignados” aun no habían decidido voluntariamente levantar la protesta, para reconducirla hacia otras zonas urbanas u otro formato.
¿Estamos ante el languidecer del movimiento de los indignados? Probablemente. No lo sé. Sin embargo, no creo que esto sea lo importante, creo firmemente que el movimiento 15M mide su peso en virtud del efecto social que ha tenido. Y lo ha tenido. Ha sido un movimiento de reacción social, cuasi espontáneo, ante una realidad política y social en la que una parte de la ciudadanía se considera excluida de la toma de decisiones políticas. Lo importante no era si eran capaces de concretar sus reivindicaciones en una tabla pormenorizada (cosa que no consiguieron, al margen de cuatro puntos genéricos), ni si el movimiento tiene visos de perpetuarse en el tiempo (cosa que estimo que no se va a producir, por lo menos en el formato que conocemos), ni tampoco si ese movimiento va a degenerar en violencia o no. No, no creo que ese sea la valoración a realizar, no la enseñanza a extraer. Lo importante es que la ciudadanía ha reaccionado en contra de sus representantes públicos, al considerar que hay una brecha entre sus expectativas y la acción política de sus gobernantes; ha sido un rotundo toque de atención que, al margen de su respaldo en las calles, lo cierto es que ha tenido un espectacular seguimiento y simpatía general de la opinión pública. Y lo más demoledor de todo es el impacto que ha tenido sobre el electorado de la izquierda, lo que se tradujo en un claro castigo, mayor de lo esperado, a las fuerzas de progreso y, especialmente, al PSOE.
La socialdemocracia europea se encuentra en situación de ko ideológico y necesita ser reconducida. Esas alternativas, que el movimiento de los indignados no supo concretar, deben ser bajadas al suelo de lo realizable y colocadas en la alternativa política, o los que militamos en la izquierda estamos abocados al ostracismo.
Si bien es verdad que el movimiento no supo definir propuestas al detalle, es nuestro trabajo saber leer el toque de atención que se nos ha dado. Y, sin caer en el paternalismo ni en la condescendencia política con los que no nos piden interlocución, sí debemos redirigir nuestro discurso hacia donde, entiendo, debe caminar la nueva socialdemocracia en el viejo continente.
Y en este sentido, considero que son dos los grandes ejes de actuación que deben marcar el inicio de un gran debate en el seno de una organización que pretende ser hegemónica (en el sentido Gramsciano del término, es decir, que convenza a la mayoría) como lo pretende el PSOE. Por un lado, avanzar hacia una democracia más participativa, utilizando los cauces que nos otorga la estructura representativa actual e implementando las nuevas herramientas que la tecnología de la información pone a nuestra disposición para que esto sea real; y, por otro, girar hacia políticas económicas de armonización fiscal en Europa tendentes a la mayor progresividad posible, con el objeto del sostenimiento de los estándares más exigentes del estado de bienestar, profundizando en él y garantizando las conquistas en materia de derecho y libertades civiles. Hablando en plata, debemos pensar en subir impuestos.
Comprendo que esto es otra generalidad, pero creo firmemente que son los dos ejes sobre los que debe discurrir un debate amplio en el seno de la izquierda y que, en el ámbito del PSOE, fuerza en la que milito, debe tener un correlato en la Conferencia Política Federal que se desarrollará a finales de septiembre.
Sé que no digo nada nuevo. Castells ya avanzaba (y lo hizo en plena conferencia en la acampada de Plaza Catalunya) que la sociedad de la información determina que lo que no sale en los medios no existe, pero que las nuevas redes sociales van a cambiar la forma de relacionarse de los seres humanos. Y yo creo que estos instrumentos tecnológicos deben ser empleados por el poder para garantizar una mejora de la democracia, acercando a los ciudadanos a la toma de decisiones políticas. Por otro lado, personas tan acreditadas como Krugman o Stiglitz, dos premios Nobel de economía, son los que están planteando que se deben mantener los niveles de inversión como fórmula para salir de la crisis y, los de ingresos vía aumento impositivo, son una fórmula que debemos afrontar si queremos defender el tejido de cobertura social que tanto costó instaurar en Europa.
En definitiva, creo que desde la izquierda debemos reaccionar. Y que esa reacción, al margen de la estrategia de comunicación, debe tener un contenido de transformación y, por ende, de esperanza a la ciudadanía. Esto solo se hace con propuestas. Pues, de igual manera, hagamos que perdure en el tiempo las premisas del movimiento de los indignados, para que sirvan de acicate a un cambio de tendencia política en Europa, sin tirarnos al monte, con propuestas realistas y plausibles, pero que, como diría el propio Hessel, significa que este “alegato contra la indiferencia” que fue el 15M, se convierte en una necesaria “insurrección pacífica”.